miércoles, 5 de agosto de 2009

El rol del statu quo en los procesos negociales.

Raúl Calvo Soler
Universidad de Girona.
España

“Virgencita, virgencita…que me quede como estoy”
Frase popular española

He sostenido en diferentes oportunidades, siguiendo las afirmaciones de Christopher Moore[1], que todo conflicto tiene un punto de madurez que condiciona indefectiblemente cualquier posibilidad de iniciar un proceso de resolución. En este sentido, y en el contexto de la negociación, cabría sostener que mientras no se alcance ese punto, el inicio de éste proceso es muy problemático o tiene pocas probabilidades de tener éxito.

Entre los diferentes elementos que pueden disuadir la conformación del mencionado punto de madurez Moore cita “la conciencia de que otra alternativa no negociada es peor”. Intuitivamente esta presentación parece receptar una vieja máxima del pensamiento desarrollado por la Teoría de Juegos, y en especial por J. Nash, según la cual es un requisito de racionalidad de los acuerdos negociados que nadie va a una negociación si no espera conseguir más de lo que conseguiría fuera de ella. Dicho en otros términos, si no hay nada mejor fuera de la mesa de negociación, esto es, si no hay una mejor alternativa a un acuerdo negociado, entonces cabe esperar que surja el punto de madurez para iniciar el proceso
[2].

En este trabajo me propongo considerar dos cuestiones. Por un lado, quisiera presentar algunas reseñas críticas en torno a una de las posibles reconstrucciones, probablemente la más conocida, del concepto de “mejor alternativa al acuerdo negociado”. Y, por otro lado, evaluaré, a partir de estas apreciaciones, la afirmación de Moore según la cual la ausencia de una alternativa al acuerdo negociado funciona como constitutivo del punto de madurez.
[1] Christopher Moore. El proceso de Mediación. Métodos prácticos para la resolución de conflictos. Granica, Barcelona, 1995.
[2] Es cierto que la Teoría de juegos puede ser objeto de múltiples críticas todas ellas reconducibles a una fundamental; la complejidad formal esconde la simplicidad del modelo antropológico que subyace a la propuesta. No me ocuparé aquí de evaluar el alcance real de esta crítica. Pero, la cita de la Teoría de juegos considero que es pertinente porque precisamente en este punto, como analizaré posteriormente, su desarrollo es más interesante y próximo a nuestra cotidianidad que el modelo que será objeto de revisión en este trabajo.
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